Cierto día el bufón del rey Cleto, hombre giboso y feo, desapareció sin dejar huella.
Se le buscó por todas partes, y nadie lo encontró.
Pasaron varios años, y un día apareció en el reino un joven apuesto y arrogante cuyo rostro, de belleza singular, irradiaba nobleza y energía.
-¿No me recuerda Vuestra Majestad? –preguntó a Cleto-. Soy el bufón.
Se maravilló el rey, y se asombraron todos los cortesanos al ver aquel cambio, y le pidieron al joven que explicara el caso. Dijo él:
-Mandé hacer una estatua de mí mismo en la que se me representaba lleno de buenas cualidades. Cada día, durante años, me ponía frente a ella, esforzándome en imitar su gesto. Una mañana, al verme en el espejo, descubrí que ya era copia fiel de aquel modelo.
-¿Qué enseñanza debo sacar de esto? –preguntó el monarca.
-Fórjate una imagen ideal de ti mismo, y procura ser como ella –le dijo el joven-. Tarde o temprano acabarás siendo lo que quieres ser.
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